Por Ramiro Cristóbal.
La vida es terrible pero merece la pena vivirse. Eso parece pensar, a través de sus películas, la reciente Premio Nacional de Cinematografía, Isabel Coixet.
Esa dosificada mezcla de penurias y crueldad con la ternura y la fe en ciertos semejantes, es algo que encanta. Pueden haberte torturado y violentado física y moralmente, pero siempre hay un amigo que te comprende y te quiere.
Otra cosa en el haber de Isabel es lo buena persona que es. Nunca ha dejado de ser solidaria con las causas de aquellos que padecen la violencia más degradante y criminal. Con frecuencia ha encontrado un hueco entre sus películas para ocuparse de ellas.
Además siempre parece una trabajadora del cine. Nada de glamour ni divismo. Las declaraciones en los medios, las justas y ya está. Todo lo demás es trespecial, fruto de su talento y su laboriosidad, se ha encaramado a lo más alto del cine español y es casi la única realizadora española que es bien recibida en Estados Unidos, Canadá, Inglaterra o Japón.
No se le ha agradecido suficiente su interés por uno de los actos más inexplicables y dolorosos de la España democrática: la inhabilitación del Juez Garzón. Se le condenó a diez años y, que sepamos, todo el mundo, de todos los partidos, miró hacia otro lado. El indulto nunca llegó. Isabel Coixet le dio voz en una larga entrevista.
Por lo demás, no ha sido persona grata para la gente de la crítica y, sobre todo, de las redes. Ella dice “A mi me han dado hasta en el carnet de identidad”. Este premio viene a equilibrar la balanza y a dejar en su justa medida todo lo que debemos a esta excepcional mujer artista.