Ambientada en una isla cercana a la costa oeste de Irlanda, la historia se centra en dos amigos Pádraic (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson), los cuales llevan haciendo toda la vida la misma rutina: ir al bar, beber lo mismo de siempre y tener las mismas conversaciones. Un día, Colm decide poner fin a su amistad con Pádraic sin ninguna explicación, lo que le provocará a Pádraic una gran ansiedad por saber qué es lo que ha hecho mal. Junto a su hermana Siobhán (Kerry Condon) y un chico del pueblo, Dominic (Barry Keoghan), ambos le intentarán ayudar a recuperar la amistad, pero este plan le llevará a Colm a tomar acciones desesperadas, provocándose un giro de los acontecimientos que no tendrá retorno.
Nos encontramos con una historia con una premisa poco común pero que consigue engancharte desde el primer momento. Todo empieza con Pádraic y Colm, de los cuales conoces pocos datos, pero sabes desde el primer momento que son mejores amigos y en el momento en el que Colm deja de hablar a su amigo, como espectador te sientes traicionado. Y al igual que Pádraic intentas buscar un por qué de la decisión, haciéndote sentir partícipe de la historia y de los sentimientos de los personajes, desde un humor oscuro e incluso áspero pero que te hacen disfrutar a lo largo de todo el film. Y todo esto es fruto de un estudiado guion, de un perfeccionamiento de personajes que hacen de esta película una delicia. Los temas más simples y trabajados en toda la historia del cine como la vida o la muerte adquieren otro valor, en algunas ocasiones un poco extremo, pero te deja con una sensación después de abandonar la sala de cine. Y eso es lo que realmente cuenta.
Obviamente esta obra no sería igual sin un elenco a la altura de las circunstancias, Colin Farrell está deslumbrante, coge al espectador de la mano y le lleva a través de la historia, haciéndole sentir todo lo que siente su personaje de una forma pura y poco vista en el cine actual, algo que demuestra su gran talento y la gran dirección de McDonagh para guiarle por este camino. Las mismas palabras se podrían utilizar para Brendan Gleeson, serio, impasible como una estatua, consigue crear un halo de misterio a lo largo de la película y esa tensión constante por entenderle es lo que hace que su actuación sea exquisita. Kerry Condon y Barry Keoghan a pesar de interpretar personajes secundarios consiguen atrapar al espectador en cada frame. No pasan desapercibidos y cada uno explota y hace brillar a sus personajes, siendo imprescindibles para que todo el trabajo de McDonagh cobrase vida. Es imposible imaginarse esta historia con otros actores, porque la elección es de las mejores que se han podido ver en el cine desde hace varios años.
Sin duda, McDonagh ha dejado su cuerpo y alma en esta obra después de dos años de perfeccionamiento. En cada detalle hay algo detrás y simplemente ver eso como espectador, es una delicia, porque te das cuenta de que existe un cuidado por todos los elementos de la película y eso pasa muy pocas veces. La belleza de los paisajes, los vestuarios, el espectacular montaje y el sonido son una pasada. Es imposible olvidar una película. Posiblemente es de las mejores películas del cine inglés desde hace mucho tiempo. Tiene drama, comedia, humor áspero, y unos grandes actores que provocan como resultado una obra redonda. No hay malas palabras para The banshees of Inisherin, y quien las tenga, le recomendaría volver a ver esta película.
Cáit (Catherine Clinch) es una niña que vive en la Irlanda rural durante los años ochenta. Para esa época tiene nueve años y es de las hermanas menores de una familia numerosa. Todo en su vida es un caos con tantos hermanos, aprendiendo a pasar desapercibida, ocultando para sí misma sus problemas. Con la llegada del verano y el nacimiento de otro hermano más, su madre decide enviarla a casa de los Cinnsealach, unos primos lejanos. Sin saber cuándo volverá, gracias a los cuidados de Eibhlín (Carrie Crowley) y Seán (Andrew Bennett) poco a poco empieza a progresar y encontrará en esta pareja dos padres que realmente la quieren. Sin embargo, en este lugar lleno de afecto y en el que no hay secretos, Cáit descubre una verdad que la hará entender más a los Cinnsealach.
Nos encontramos con una historia llena de sensibilidad y con un absoluto cuidado en todos sus aspectos. Nadie podría decir que esto es una película, porque es una historia que simplemente pasa a través de los ojos del espectador, atrapándolo desde el primer fotograma. No es una historia con una gran complicación en lo que se refiere en la estructura narrativa, pero lo que le hace única a esta película de autor son el desarrollo de los personajes. Cada uno tiene su propio espacio y atmósfera y aunque se sepa más de la protagonista que de otros personajes, cada uno cobra sentido en su espacio. Y realmente lo que hace de esta película todo un éxito es eso, que consiguen los personajes llegar al espectador e irse con él una vez que ha salido del cine.
En lo que se refiere a la interpretación de The Quiet Girl, es imposible no destacar el trabajo de Catherine Clinch, su mirada hace que todo funcione por y para la historia y su forma de moverse en los escenarios y entre el resto de actores hace que sea entrañable en todos los sentidos. Consigue hacer que conectes con tu parte más infantil y sientas de una forma muy pura. Le espera una larga carrera si decide seguir siendo actriz. En lo que se refiere al resto del elenco es necesario mencionar a Carrie Crowley y a Andrew Bennett. Su gran trabajo ayuda a expandir la capacidad actoral de Clinch, consiguiendo al igual que la pequeña actriz dos personajes apreciados por el público, haciendo del film todo un éxito.
Por otra parte, es importante destacar el trabajo de vestuario, así como al de localizaciones y como no, el equipo de fotografía. El formato elegido de cuatro tercios es una elección que este año se ve muy a menudo, pero en este caso parece que se hace para centralizar el punto de vista de la protagonista, una visión aún por desarrollar, siendo una gran elección. Asimismo, los colores que desprende el vestuario, así como el etalonaje final provocan que cada elemento configure el espacio fílmico de una manera única, provocando que esa historia sea la historia de nuestra infancia, un deleite para la vista.
Sin duda, es imposible no alabar el trabajo de dirección por parte de Colm Bairéad, obteniendo un gran resultado a través de la combinación de un buen trabajo por parte del equipo artístico y técnico. Una historia que no solo trata de la infancia, sino de la necesidad de que te cuiden para mejorar, de la sensibilidad de los verdaderos cuidadores y de la necesidad de estar rodeados de aquellos que nos hagan elevar las alas para volar. Sin duda es uno de los grandes descubrimientos del festival y esperamos ver una larga carrera llena de éxitos para este director.
Valladolid, finales de los años ochenta. La historia se centra en David (Izan Fernández), un chico que, junto a sus dos mejores amigos, Luis (Rodrigo Gibaja) y Paco (Rodrigo Díaz) empiezan octavo de E.G.B. y quieren dejar de ser los pringados de la clase. Justo ese curso aparece Layla (Renata Hermida Richards), una chica a la que le encanta el grupo de los Hombres G al igual que David. Éste se enamora por completo de Layla y parece un sentimiento mutuo, pero los malos consejos de sus amigos harán que sea todo un fracaso. Treinta años después Layla (Karla Souza), vuelve a contactar con David (Raúl Arévalo) porque va a recibir un homenaje en Seminci por su carrera como directora. Durante esa semana juntos recorrerán los lugares que frecuentaron de pequeños en Valladolid, dándose cuenta de que todo lo que tenían de pequeños no se ha ido del todo.
Aunque a primera vista puede engañar y parecer una comedia más, nos encontramos con una historia entretenida y planificada en todos sus sentidos: personajes entrañables, un argumento lógico en el que los números musicales tienen su espacio y una buena estructura equilibrada entre los momentos de pasado y los del presente. Se puede decir a nivel de guion no hay nada que falle, todo lo que está tiene un espacio y un lugar y todos los elementos se retroalimentan, dando lugar a una película llena de diversas emociones que te hacen disfrutar de principio a fin de las emociones adolescentes, retratando a una generación y un tiempo. Y eso no es fácil.
Serrano ha sabido mezclar dos conceptos de una manera muy compleja: unir la música de los Hombres G con una historia de amor, sabiendo aunar el sentimiento de humor con la nostalgia. En su conjunto el film tiene una gran riqueza en la mayor parte de los aspectos técnicos, destacando especialmente el departamento de fotografía y el de coreografía. En lo que se refiere a la dirección de fotografía es interesante ver las transiciones de épocas, sobre todo en los cambios de tiempo, donde los colores y las coreografías toman forma a través del espacio y movimientos de cámara sutiles e inversivos haciendo de esta película un recuerdo más del espectador. Por otra parte, rodar con niños y sobre todo hacer coreografías es una tarea ardua y compleja, por lo que el resultado no podría ser mejor, todos los elementos trabajan hacia un mismo fin y eso se nota, obteniendo un grato resultado.
Pero lo más destacable de todo el film es la parte artística. Posiblemente las actuaciones de los más pequeños son las que más destacan, como es el caso de Izan Fernández y Renata Hermida Richards, los cuales a pesar de su corta edad tienen una gran química y todas sus interacciones llenas de pura inocencia, son entrañables y provocan una gran ternura por su amor platónico. Pero posiblemente lo mejor de Voy a pasármelo bien es Rodrigo Gibaja, el cual consigue comerse toda la pantalla con su desparpajo y su forma de ser, haciendo del personaje de Luis el centro del film. Si volviéramos a ser pequeños y fuésemos al colegio, posiblemente quisiéramos tener un amigo como Luis, y todo esto se debe a Gibaja que, a pesar de su corta edad, consigue que su personaje traspase la pantalla.
Sin duda, Voy a pasármelo bien es un homenaje de las películas de Manuel Summer, a las películas que hicieron a los Hombres G durante los años ochenta, pero sobre es una revisión nostálgica y renovada de los musicales, demostrando que se puede hacer una buena comedia y un buen musical si tienes los elementos correctos.
La historia se centra en una joven llamada Marina (Charlotte Vega) la cual se adentra a un programa que se llama Edén, donde una empresa clandestina lleva a sus clientes a una casa en medio de la naturaleza para acabar con su vida. Allí coincide con tres personas más: Lidia (Marta Nieto), una mujer con problemas de personalidad; Félix (Ramón Barea) un anciano que quiere ahorrar el mal trago a su familia de su enfermedad; y Víctor (Israel Elejalde) un hombre solitario y serio alejado del mundo que oculta algo. En esas últimas horas de vida, Marina, se enfrentará a su pasado y su culpa conviviendo con tres extraños que le harán replantearse su decisión sobre querer morir y los cuales le harán ver que no es tan difícil escapar de la muerte.
Tal vez uno de los puntos en los que falla es el guion. Simple y en ocasiones predecible, nos encontramos con una historia de tres actos en la que algunos de sus puntos de giro son forzados, como cuando la protagonista pretende salir de la casa rompiendo una ventana con un escobillo de plástico. Por otra parte, muchos diálogos son poco creíbles y forzados, como cuando Víctor quiere saber por qué Marina está ahí. A pesar de ello se aprecia una mejora de a partir del primer acto, aunque ciertos momentos que no consiguen encajar a la perfección.
Otro de los grandes fallos es el sonido, la sincronización de éste y el montaje. En varias ocasiones del film no se escucha correctamente o se escucha como si hubieran grabado con dos micrófonos, desincronizándose incluso con la imagen. Esto ocurre por igual en determinadas ocasiones con el montaje, donde la duración del plano-contraplano no permite al espectador observar las expresiones de los personajes. Ambos elementos provocan que el espectador salga de la historia y se dé cuenta del artificio cinematográfico.
A parte de estos detalles, es necesario resaltar la dirección y la idea de Cortés, la cual se puede ver cómo ha ido evolucionando a través del propio film y cuya idea llega a buen puerto gracias a la maravillosa dirección de fotografía de Pedro Vendrell. A partir de planos partidos a través de elementos de la casa como por ejemplo la forma de cristales o el uso de diferentes focales para dividir el espacio en función de la necesidad narrativa se consigue que la película cobre vida, siendo uno de los mayores aciertos de todo el film junto a la elección de localizaciones.
En lo que se refiere a las interpretaciones de los cuatro protagonistas quienes más resaltan y para bien son las de Charlotte Vega y Ramón Barea, los cuales consiguen la empatía y el cariño del público, sin duda dos aciertos grandes que hacen que el film brille y cobre vida. En lo que se refiere a Marta Nieto su papel de pequeño demonio que intenta que Marina acabe con su vida lo cumple a la perfección, sin embargo, no acaba de conseguir que se entienda a su personaje, algo que le pasa lo mismo a Israel Elejalde.
Edén es una película que destaca en muchos puntos, pero que se ahoga en otros. A pesar de su apariencia simple, este film esconde varios niveles de profundidad y de referentes que dan lugar a una obra llena de matices que en ocasiones no se consiguen culminar como por ejemplo la referencia a la ópera La novia de Lammermoor o a Parásitos. Aun así, se consigue de este film algo recordable, incitándote a pensar y reflexionar sobre la vida y la eutanasia.