Isabel Coixet es uno de esos nombres dentro del cine español que resuenan cada vez que se les nombra. Es una de las grandes directoras españolas junto a Pilar Miró o Carla Simón por su amplia carrera como realizadora. Su primer film, en los años ochenta, Mira y verás (1984) fueron el inicio de una carrera que ha dado frutos hasta la actualidad, cuyo reconocimiento por la Academia de Cine española la han posicionado como una de las narradoras más importantes del cine nacional.
La historia de Un amor se centra en Nat (Laia Costa), una traductora treintañera que por diferentes circunstancias decide alquilar una casa destartalada y mudarse a un pequeño pueblo llamado La Escapa. Allí se encontrará con un complejo ecosistema vecinal, donde todos conocen la vida y los entresijos del resto, como el odioso casero de Nat (Luis Bermejo), el egocéntrico vecino, Píter (Hugo Silva) o la pareja perfecta que viene los fines de semana (Ingrid García-Jonsson y Francesco Carril). A pesar de los intentos de Nat de adaptarse a esta nueva vida, su casa se cae a pedazos, y un peculiar vecino, Andreas, “el alemán” (Hovik Keuchkerian), le cambiará su perspectiva sobre ella misma y su vida.
Nos encontramos con una historia que sigue muy de cerca esta nueva ola del cine español, el neorrealismo rural, siguiendo el vestigio de obras que marcaron el 2022 como Alcarrás, As Bestas o Cinco Lobitos. En este caso, Coixet trae a la pantalla una historia incómoda y violenta, una adaptación que plantea los problemas actuales de la emigración hacia el entorno rural en España.
En cuanto a niveles narrativos, Un amor recuerda tanto al tono como a la narrativa de Els Encantats (2023), película estrenada en el Festival de Málaga. En este caso, en esta búsqueda interior de encontrarse, la protagonista, Nat, se ahonda en un espacio inhóspito, donde una mujer tiene que replantearse su identidad y luchar contra los prejuicios de la gente que la rodea. Ambas películas (ambas protagonizadas por Laia Costa), son incómodas, donde a diferencia de la primera, los problemas parecen más superficiales e incluso artificiales, algo que se traslada al desarrollo y creación de los personajes, los cuales en ningún momento no consiguen llevar al espectador a ningún lado.
Coixet se coló en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, donde la directora optó por primera vez a la Concha de Oro con esta adaptación de la novela homónima de Sara Mesa.
En el caso de la protagonista, nos encontramos con un estudio caricaturizado de la depresión y la ansiedad en la que no se entienden los motivos de sus acciones. Por ejemplo, en ocasiones se nos muestra a Nat como una chica independiente, pero en cuanto conoce a Andreas, se convierte en todo lo contrario, obsesiva, en la que no se entiende el motivo de por qué ha accedido a estar con él y eso provoca que no se pueda con ella. Sin embargo, esa parece la intención de Coixet y de esta manera solo provoca un amor-odio hacia Nat y Laia Costa por extensión.
Respecto al resto de secundarios nos encontramos con personajes planos que no se entiende su trasfondo, todo está tintado bajo la visión de la protagonista y no se nos muestra un arco de desarrollo, todos son villanos de principio a fin. No hay grises en los personajes, y eso hace que la historia pierda en cuanto a profundidad y tema.
El único personaje que consigue tener un poco más de desarrollo es el de “el alemán”. Hovik consigue que tenga un poco de tridimensionalidad, aunque sus principios son claros y bastante primarios. Es cierto que Coixet intenta recrear imágenes potentes, pero no consigue que la historia invite a reflexionar, que sienta empatía por su protagonista o que se quiera odiar a los personajes por sus acciones, en la mayoría de los casos lo único que consigue es un distanciamiento total de todos estos, provocando una sensación extraña y un desconcierto total.
Hovik Keuchkerian ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián a la mejor interpretación de reparto por su papel como El alemán
El resto de elementos que configuran esta historia, sí que es cierto que hay un trabajo muy meticuloso, por ejemplo, el calculado uso del formato en 4:3 contribuye a esa intención narrativa y agobio y claustrofobia que siente la protagonista en su vida, sin embargo, esa dirección de arte en cuanto a la creación del espacio de la protagonista es caótico y no consigue transmitir nada.
En varias ocasiones en la dirección de fotografía nos encontramos con elementos inconexos que, aunque su función es contribuir a la incomodidad del espectador, no se entienden entre sí, la profundidad de campo en determinados planos o el uso en ocasiones del desconcertante desenfoque llevan al espectador a que se le eche de la historia. Estos elementos no son orgánicos entre sí y el etalonaje y el montaje final también contribuyen a que la historia no tenga el ritmo ni el tono deseado. Esos tonos grisáceos que no dicen nada, provocan que en ocasiones la película no respire y que el espectador no entienda los cambios del arco narrativo de los personajes. Ese cuidado en el estilo visual tan típico de Coixet se desvanece, donde la narrativa introspectiva de la que tanto se habla de su cine cansa al espectador.
Un amor es una apuesta segura, no consigue decir mucho pero tampoco nada, sin embargo, es una apuesta interesante dentro de la Sección Oficial del festival, siguiendo la corriente anterior del 2022, donde el nicho de espectadores de Coixet se sentirá enamorados, sin embargo, es una lectura dócil del libro, pudiendo haber sido más de lo que ha resultado ser.